En un mundo donde el éxito se mide por bienes materiales, logros profesionales y reconocimiento social, muchos olvidan que la verdadera prosperidad no se encuentra en lo que poseemos, sino en quién nos posee: Cristo.
La ilusión del éxito terrenal
El éxito del mundo puede llenar la cuenta bancaria, pero jamás podrá llenar el corazón. Aun los más ricos sienten vacío, ansiedad y temor, porque la gloria terrenal es pasajera. Jesús mismo advirtió:
“¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?”
(Marcos 8:36)
El éxito sin Cristo es frágil; puede desaparecer con una crisis, un fracaso o la muerte.
La verdadera prosperidad en Cristo
La prosperidad que Dios ofrece es diferente: es eterna, firme y no depende de las circunstancias. El apóstol Juan escribió:
“Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma.”
(3 Juan 1:2)
Aquí vemos el orden correcto: primero el alma, luego lo demás. La prosperidad de Dios comienza con el perdón, la paz, la esperanza y la vida eterna en Cristo.
Pablo también enseñó que el contentamiento en Dios es la mayor riqueza:
“Gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento.”
(1 Timoteo 6:6)
Prosperidad que permanece
La verdadera prosperidad no se mide por casas, autos o títulos, sino por una vida transformada en Cristo. Es la paz que sobrepasa todo entendimiento (Filipenses 4:7), el gozo en medio de las pruebas, y la certeza de una herencia incorruptible en los cielos (1 Pedro 1:4).
El éxito terrenal se acaba, pero la prosperidad en Cristo permanece para siempre. No pongas tu confianza en riquezas temporales, sino en Aquel que da vida eterna. Esa es la verdadera prosperidad que nadie te podrá quitar.
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Serie – Éxito terrenal vs. salvación eterna
Este
artículo es la Parte 4 de 4.
- 👉 Parte 1:
- 👉 Parte 2:
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